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sábado, 17 de diciembre de 2011

SEDA.

Título original: Silk.

País y año: Canadá, Francia, Italia, Reino Unido, Japón. 2007.

Dirección: François Girard.

Guión: Françcois Girard, Michael Golding.

Reparto: Alfred Molina, Keira Knigttley, Michael Pitt, Koji Yakuso, Kenneth, Martha Burns .

Música: Ryuichi Sakomoto.

Fotografía: Alain Dostie.



Basada en la novela lírica homónima de Alexandro Baricco y titulada originariamente “Seta” (1996).

Si recogemos las primeras palabras que el protagonista emite a su amada Helene es un juramento de amor eterno, de fidelidad al que ella responde de forma semejante. Y recojo este dato porque creo que es el mensaje profundo que trata de transmitir esta narración. Es por ello que “Seda” representa la búsqueda de lo eterno.

Se mueve, por tanto, entre dos polos, aspirando a unir el Arte-lo Bello-lo Inefable, a la Vida-a lo Real-a lo Tangible.

Empezaré describiendo su encuadre y argumento para analizar posteriormente lo complejo, lo profundo, lo que está detrás, lo que hay que descifrar, lo que no se emite, lo que no se ve, en definitiva, todos los símbolos que encierra.

Enmarcada en una fotografía de un paisaje de una belleza extrema, en un “tempo” lento, con un estilo evocador, delicado y suave como la seda, es una historia cadenciosa que se detiene en determinados planos (momentos) en los que se condensa el significado último, lo que trata de expresar. Ello es poesía en prosa, sentimiento en estado puro. Espiritualidad, en definitiva.

El argumento: En una pequeña localidad de Francia del siglo XIX, Baldabiou, comerciante francés que empieza un nuevo negocio con la seda y quiere poder llevarlo a cabo, envía a un joven militar francés, Hervé Joncour, a Japón, con la misión de que consiga gusanos de seda que en Europa, la India e, incluso en África, han sido exterminados por la epidemia de la enfermedad de Pébrine que asoló a los huevos de los gusanos en 1860. Este motivo le separa de Helene, su bella y devota esposa.

Hervé emprende el viaje a través de Europa, Rusia, las estepas glaciares y cruza el océano en un barco de contrabandistas. Una vez en tierra nipona, varios guías le llevan a una aldea en las montañas donde conocerá al temido barón local, Hara Jubei, que accede a venderle los ansiados gusanos. Durante su estancia se verá cautivado por su concubina, mujer profundamente misteriosa y enigmática.

Los gusanos sanos de Japón son recibidos con júbilo en el pueblo, enriqueciéndole a él y a sus habitantes, lo que le permite vivir en paz unos años. Pero todo acaba. Años más tarde tiene que volver a por más huevos y en cada viaje se verá más atraído por un amor imposible. El protagonista se debate también entre dos polos. El amor devoto que le ofrece su esposa y el amor sensual que en él despierta la mujer japonesa. En este punto está sutilmente esbozado lo que se entiende como amor en culturas diferentes: Oriente y Occidente.

En su último viaje, el deseo del encuentro con la misteriosa mujer pasa a un primer plano en Hervé, quedando su misión postergada, y es su tiempo invertido en la búsqueda, lo que mata a los huevos, que llegan muertos, con el consiguiente empobrecimiento de su entorno habitual, empobrecimiento que no sólo es externo, sino también interno; él ha cambiado, ya no es el que era, la relación con su mujer se ha enfriado, y él con su mente ya no está, está en Japón, ¿en la fantasía de tener lo que no ha conseguido?, aquí empieza el silencio, su silencio, se encierra en el mutismo. Al mismo tiempo, tampoco consigue lo deseado con Helene: un hijo. Se sumerge en el fracaso y con él ha arrastrado al pueblo, que queda sin medios económicos, empobrecido, sin tener con qué alimentarse.

Va a ser ella, quien pese a todo, tenga que resurgir recurriendo a la tierra, a la plantación de semillas con las que alimentarse, y a las flores-lirios con los que trata que también resurja su espíritu y no hundirse en el fracaso de una vida que empieza a percibir como vacía, al no sentir ya el amor del esposo y su propia infertilidad. Lo que creía eterno ya no lo es y tampoco puede trascenderse, perpetuarse a través de la descendencia.

El sentimiento de fracaso, de impotencia, atormenta a ambos.

Pese a su esfuerzo por no derrumbarse, un nuevo hecho vendrá a exterminarla. El descubrimiento de una carta o el contenido que ella encierra.

Las cartas: Hay una primera carta que la joven japonesa envía a Hervé en la que el contenido es escueto. Sólo dice “vuelve o moriré”.

Este contenido es el que conduce al protagonista en su último viaje a buscar a la joven por los confines del mundo (montañas de Japón) y hasta que no la encuentra y, al mismo tiempo a su amo, Hara Jubei, recibiendo la amenaza de éste (“si vuelves te mataré”), no puede volver, alargando su estancia por lo que muere su cargamento de gusanos.

La intuición de Helene, o el aviso a ésta de Baldabiou sobre la existencia de la japonesa, le lleva a confeccionar otra carta mucho más extensa, en japonés, para que Hervé crea que es de su amada. Se funde en esta carta Helene con la misteriosa joven, a la que él ama. La carta contiene una llamada de amor en la distancia.

Helen muere de pena, de melancolía por algo que no vivirá nunca más: la eternidad del amor. La carta pasa a representar un largo mensaje amoroso desde el más allá. Es en el contenido de esta carta donde aparece de nuevo el deseo, el momento como eternidad (mirada de la japonesa), promesa de Hervé a Helene, el sentimiento que no cambia nunca. Es lo etéreo, lo espiritual, lo único que no cambia. Lo que no es real, lo que no se tiene, lo que sólo es imaginado, fantaseado, anhelado, es lo que permanece. Todo lo demás tiene un fin. Aquí está el significado profundo de la narración y de la película. La búsqueda de lo imposible: que nada cambie. Pero se impone la realidad y sólo cuando se pierde o no se consigue (Muerte-Distancia-Tiempo) empieza lo eterno, en el recuerdo o en lo imaginario.

El poder emocional de este relato está en el fondo. Hay que construirlo y entenderlo, pero entender el silencio, lo que no se da, lo que no ocurre, como expresión de lo sublime. Entender que el sentimiento ideal amoroso, como la seda, como los gusanos que la producen, es en extremo delicado, pronto se rompe, pronto muere. La seda es toda una metáfora de lo más puro, sutil e inefable.
Es muy difícil trasladar todos estos significados a imágenes visuales. Si se entiende por perfección el adecuado ensamblaje entre continente y contenido, se la puede calificar as í, al ser una labor de depuración exquisita que cuenta tanto por lo que sólo está esbozado (silencios, miradas, clima emocional), como por cómo lo expresa (belleza visual, paisajes) lo que configura una poesía y un sentimiento puro, en definitiva, lo Espiritual, lo Sublime. Alcanzar esta dimensión parece que es el fin último de la existencia humana.

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