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sábado, 17 de diciembre de 2011

JANE EYRE

Título original: Jane Eyre.

País y año: Reino Unido 2011.

Dirección: Cary Joji Fukunaga.

Guión: Moira Buffini; basado en la novela de Charlotte Brontë.

Reparto: Mia Wasikowska, Michael Fassbender, Jamie Bell, Judi Dench, Holliday Grainger, Sally Hawkins, Tamzin Merchant, Imogen Poots, Sophie Ward.

Música: Dario Marinelli.

Fotografía: Adriano Goldman.

Estreno en EEUU: 9 de Septiembre 2011.

Estreno en España: 2 de Diciembre 2011

Han transcurrido muchos años desde que vi una de las primeras versiones fílmicas de la obra de Charlotte Brontë. La dirigía Robert Stevenson. Me impresionó, entonces, y me pareció fascinante por la fuerza del guión.

Estos días he tenido la oportunidad de ver una nueva versión protagonizada por Mia Wasikowska y Michael Fassbender y C. J. Fukunaga, como Director. Tanto el guión, una vez más, como el proceso de secuenciación de las escenas son, a mi juicio, excelentes. Tal encuadre adquiere rango de magistral en virtud de la interpretación de Mia Wasikowska, quien, en realidad, constituye el eje medular, de principio a fin, de la genial obra.

El Director, de entrada, nos coloca ante las escenas de alejamiento de Jane del lugar donde hemos de presuponer estaba instalada. Camina sin rumbo a través de parajes desolados, sin que se visualice presencia humana alguna. Está agotada. En pleno descampado, desesperanzada y hondamente apenada se ve sorprendida, sin posibilidad de refugio, por una fuerte tormenta. Sus lágrimas se mezclan y confunden con las gotas de la lluvia. Cae sin fuerzas y con profundo desánimo. Una roca, medio enterrada, le servirá de “colchón”. Oscurece. Una luz lejana le permite atisbar una casa. Se levanta, recurre a sus escasa fuerzas hasta lograr golpear la puerta de la vivienda. Nadie abre. Se desmaya y cae apoyándose en la misma puerta. El dueño, joven, un Pastor, que en esos momentos retorna a su casa, la asiste y la introduce en la vivienda. Conviven con él dos hermanas, jóvenes. Asisten con esfuerzo y delicadeza a Jane. Evidencian que no es un mendigo. Recuperada ésta, se siente hondamente agradecida.

El clima que se crea es sincero y fraternal. Jane desea y pide, dada la prolongación de su permanencia, contribuir mediante algún trabajo a la economía por la  ayuda física y moral, prestada. No concibe permanecer sin compensación de su parte a la ayuda que le ha venido siendo dada, sin pedir nada a cambio. El Pastor, dentro de sus posibilidades le oferta un sencillo y humilde trabajo. Humilde por el hábitat y los medios que se ofrecen. Se trata, sin embargo, del ejercicio de la docencia para un escueto alumnado. Adosada a la pequeña escuela está su, también, pequeña vivienda. Jane, sin embargo, ante el atribulado Pastor por tan pobre oferta, le tranquiliza manifestándole que se siente bien, que, por primera vez, siente que ya no depende de otro.

Dentro de este ámbito familiar, Jane no tendrá inconveniente en satisfacer la petición de sus samaritanos acerca de su vida. Es así, de esta forma, como Jane nos traslada a su pasado.

Tres serán los escenarios que va a  elegir. El primero de ellos, en breves secuencias, se desglosa en dos partes. Corresponderá a su infancia (unos 8-9 años) y adolescencia. El desglose se deberá a que los escenarios, sin solución de continuidad por lo que respecta a su dependencia, son, sin embargo, radicalmente diferentes en cuanto al continente, mas, no así, por lo que respecta al trato. El tercer escenario y básico se corresponderá con el período en el que ejerce como institutriz en una mansión impresionante, más bien castillo, del que su dueño es el señor Rochester. Mansión donde sus interiores no carecen de cierta siniestralidad. No así la habitación que le sería asignada a Jane. El cuarto escenario es el que ya he descrito y desde el que Jane nos va a poner en contacto con los avatares de su infancia y adolescencia.

Jane vive en casa de su tía, tras la muerte de sus padres. La niña que aparece en escena puede tener unos 8 años. La vivienda, mobiliario, adornos, vestuario, etc. denota tratarse de una mansión correspondiente a una familia burguesa, clasista.

Una escena, desglosada en tres partes, le bastará al Director, Cary Joji, para sellar la situación y forma con que Jane es tratada, así como el inicio de la actitud y forma de respuesta con que Jane se manifestará. Magistralmente, a este respecto, C. J. Fukunaga representa el choque odioso, excluyente, entre el hijo de la tía, mayor que Jane, quien abofetea incomprensiblemente a su prima, quien, sin pensárselo dos veces, se lanza furiosamente contra él, le tira al suelo, le traba con sus piernas y le golpea con furia e incontinentemente. La llamada de “socorro” de la supuesta víctima permitirá que atropelladamente acudan la madre y compañía y, sin solicitar esclarecimiento alguno, no sólo se defiende al hijo sino que se procede a ejecutar la penalización correspondiente para tan perversa (en su momento se la tachará de mentirosa) niña. Gestos y expresiones le bastarán al Fukunaga para poner de manifiesto el grado de desprecio que Jane les merece.

La penalización no se dejará esperar. La presencia de un sacerdote, director de un internado, amplía el escenario familiar. Jane es el reo. Irá al internado. El sacerdote, tranquiliza y garantiza a la Sra. tía que todo se hará conforme a sus deseos. Como epílogo la Sra. tía manifiesta al director del colegio, a modo de advertencia, que Jane es una mentirosa. A mi juicio, entiendo, e interpreto en este sentido, que Jane no se percata (por demás, comprensible) que, en el fondo, la tal advertencia de la tía, conocedora de la espontaneidad y sinceridad de su sobrina, no tiene otra pretensión que la de prevenir al director señalándole que “no vaya a creer cuantas cosas pueda contar la sobrina de ellos... por si acaso”.

Jane, penalizada y despreciada, más bien odiada sin resquicio de cariño, cambia al internado. Grupo de chicas de edad similar y, supuestamente, por motivos diferentes arrojadas por sus respectivas familias, ya como castigo ya como forma-método correctivo para con formas de ser intolerables ya como desafecto o rechazo, etc.

El lugar, previsible, siniestro. Lúgubre. El personal y el método, punitivo, tal y como estuviera tradicionalmente establecido.

Una vez más Fukunaga nos ofrecerá tres secuencias sucesivas mediante las cuales nos permitirá comprender el grado de desolación, depreciación y desamparo con que se irá dando el crecimiento de Jane. El espectáculo del castigo -azotes- físico a una de las alumnas, ante el colectivo de niñas, resulta insoportable para Jane. Quizás ante la impotencia de respuesta por parte de la penalizada. Ya por angustia ya por rabia (más probable, conociendo su trayectoria, esto último), deja caer su plato de comida. Tal transgresión, dando por hecho que es intencionado, equivale a una pena. La proporcionalidad de ésta con respecto a la falta es tan inexacta como abismalmente bestial: firme, de pie en una silla, veinticuatro horas, sin comida ni bebida y, a su vez, la prohibición, a todo el colectivo de dirigirla palabra alguna. En el cumplimiento de tal penalización, sólo su más entrañable amiga se atreverá, furtivamente, a darle un trozo de su propio pan.

Entrañable amiga que, en secuencia siguiente, el Director nos la presenta en la cama, frente a Jane, manifestando a ésta que en breve se irá a su casa. Tose. Jane, naturalmente lo interpreta como que retorna con su familia. La amiga le dirá que no, que marcha con Dios. Jane, en ese trance, será testigo del momento dulce de la muerte de la amiga. Muerte presuntamente por tuberculosis. De inmediato la escena, descarnada, nos ofrece el momento en el que Jane, forzadamente, es arrebatada del lugar, viéndose privada de una iniciación directa y viva de la primera ocasión que ha tenido para amar y, a su vez, sentirse amada.

Siguiendo Jane con su narración, Fukunaga nos traslada al siguiente escenario, básico, fundamental, sin duda. Jane es recibida y contratada como institutriz. Ha de cuidar, instruir y educar a una simpática y alegre niña de unos siete u ocho años, que habla francés y que resulta ser sobrina del señor Rochester. Jane contacta satisfactoriamente con el ama de llaves, así como con la niña. El señor Rochester no está. En principio, según el ama de llaves, sus visitas son aleatorias, en ocasiones puede transcurrir un año sin que aparezca, y, al mismo tiempo, de permanencia no muy larga.

El Director Fukunaga, una vez más, con acierto, magistral, en suma, nos va a presentar, a mi juicio dos escenas altamente significativas, por su carácter ilustrativo con respecto a la verdadera psico-filosofía del film. Me refiero, en concreto, a la escena del encuentro, tan fortuito como inesperado, sin que ninguno de ellos tenga conocimiento del otro. Jane camina por el bosque, entre la niebla y la oscuridad, todo es brumoso. Va a echar una carta. Súbitamente, aparece un señor que cabalga montado en un maravilloso caballo, que al ver a la mujer se espanta, cae y lanza a su jinete al suelo. El jinete, desconocido, ha debido sufrir un esguince en el tobillo y tiene dificultades para caminar hacia el caballo, ya recuperado. Pide a la chica, desconocida igualmente para él, que le acerque el caballo. Jane permanece indecisa. Quizá duda acerca de la intencionalidad de la petición. Mira, piensa y al fin decide satisfacer la solicitud. El caballo, por extraña, hace un “feo” y Jane renuncia. El señor pide, entonces, comprensivo, que le ayude a él a desplazarse hacia el caballo. Jane, de nuevo, no responde de inmediato. Permanece pensante, indecisa y mirando al señor, quizá tratando, una vez más, de desentrañar posibles intenciones ocultas. Están solos en el bosque y ella no tiene la evidencia de que el evento haya sido inevitable, casual o intencionado. Su posición, pues, es defensiva frente al hombre que permanece frente a ella en actitud que a Jane no le transmite clara fiabilidad. No obstante, al fin, decide ofrecerse como apoyo para el traslado del señor al caballo. Todo se realiza con absoluta naturalidad, lejos de los posibles temores de Jane.

La escena, repito, magistral, aunque desconozco si el Director quiso darle un significado más trascendente, lo cierto y verdad es que en ella se emiten tres mensajes de alto significado.  En primer lugar, la figura caída y colocada al mismo nivel que Jane, es el Sr. En segundo lugar, para que el Sr. pueda volver, de nuevo a su altura-silla, precisa del apoyo de Jane. Y, en tercer lugar, ésta no tiene por qué desconfiar de la intencionalidad del Sr. Máxime, lo que le otorga más fuerza, incluso si se trata de problema entre desconocidos. La escena, pues, en este caso “habla” por la fuerza del hecho.

La segunda secuencia que refiero con anterioridad, será la del momento en que Jane se despierta, ha oído o está oyendo un ruido y sale al pasillo tratando de verificar el por qué del evento. Pronto descubre que en la habitación del Sr. hay fuego. Acude presurosa. Golpea al Sr. para que despierte. Entre ambos consiguen apagar el fuego realmente amenazante. Superado el peligro, ambos quedan frente a frente. Parece no saber qué decir. Su actitud y gesto impresionan como una forma de contener el deseo del beso y/o del abrazo. Pronto, el Sr Rochester manifestará: “Me has salvado la vida”. La respuesta de Jane, fundamentalmente, vendrá a expresar que su acción era algo natural. Ocultos quedan sus sentimientos ya conscientes al Sr. especialmente la angustia ante el peligro amenazante del fuego. Veladamente, a modo de misterio, la escena permite intuir, tras la salida del Sr. sin un sentido definido, en tanto que pide a Jane que le espere, lo que ella aprovecha para dormir en el sillón, así como los golpes que cree haber oído tras la cortina Jane que algo raro acontece sin que se haya esclarecido.

El fuego ¿por qué? ¿quién o qué ha provocado tal incendio y, precisamente en el dormitorio de Sr. Rochester cuando éste duerme profundamente? Por otra parte, ¿Jane se despierta porque ya en su mente el Sr. ya tiene para ella un interés, una representación significativa? Lo cierto, en todo caso, que del encuentro en trance tan singular como emotivo, ambos perciben que en sus sentimientos la otra parte tiene un significado importante para su vida.

Y es que, con anterioridad, tras la presentación y conocimiento ante el calor del fuego de la chimenea, espontánea y decididamente, se ha iniciado entre ambos un diálogo, no conversación, tan personal como impactante. Diálogo que, a mi juicio, juntamente con las actitudes y formas de expresión, constituyen, en verdad, el hilo conductor, que podríamos llamar psico-filo-lógico de la trama fílmica.

Quizá el primer golpe de efecto podría ser cuando el Sr. Rochester resueltamente pregunta a Jane si cree que él es guapo. La respuesta no se deja esperar y resulta tan cortante como insospechada y contundente: ¡no! Tampoco ella se considera agraciada. Sin embargo, deja constancia que, para ella, los valores apreciables son los que conciernen al espíritu. Ello será, precisamente, lo que permitirá a Jane entablar un diálogo abierto, sincero y fiel con sus principios en un tú a tú, sin clasismo con el Sr. Rochester. Entiende, en tal sentido, que los valores físicos o materiales no pueden ser elementos justificativos de diferenciación de clases entre las personas. Son, sin duda, los valores espirituales los que merecen una estimación y un trato de equivalencia. Sus principios, al respecto, son los que determinarán su vida y a los que será fiel sin desmayo. Principios que, pese al trato poco o nada apreciable en su vida, más bien sintiéndose despreciada y maltratada, han permanecido vivos y sin perjuicio alguno. Su sentido de dignidad, de honestidad, de fidelidad, de responsabilidad, de respeto, etc. han sido preservados de toda acción de renuncia, adulteración o claudicación. Jane es, ante todo y sobre todo, persona, constituida y definida por una serie de valores espirituales, morales que, fielmente serán los que determinarán, en todo momento, sea cual fuere la situación o trato, su conducta.

Será semejante actitud y forma de expresión, tan sincera como insospechada la que irá impactando en el Sr. Rochester. Dispuso de varias institutrices, más jamás se encontró con una mujer así. Sin ser muy consciente del significado y trasfondo de los sentimientos que se van activando en su mundo exterior, se traduce en una mayor frecuencia de estancias en su mansión, la búsqueda de Jane, su presencia e incitación a la compañía y diálogo.

La presencia de una supuesta tercera persona con la que es noticia se presume va a casarse, distancia a Jane, quien, por otra parte, tiene más dificultades para contener lo que para ella es ya, inequívocamente, amor. El distanciamiento de Jane -manifiesto en la visita de invitados, incluida su supuesta futura esposa- mueve al Sr. Rochester a romper o relegar todo aquello que le separa de Jane. Siente ya, con fuerza, que, quizá por primera vez, Jane, su forma de ser y de hacer constituyen el conjunto de valores que siempre deseó y nunca tuvo la oportunidad de conseguirlo y gozarlo. Ama, pues, realmente por primera vez. Ama lo que siempre valoró, anheló y le fue privado, como más tarde, tras conocerse la mujer con la que estaba casado, por la acción impositiva del padre, únicamente interesado en la riqueza de ésta.

La recepción de una carta comunica a Jane que su tía se encuentra muy mal y que su hijo malversó sus bienes y se ven sumidos en la ruina. Ello motiva a Jane a sentirse obligada a presentarse. Quiere mostrar la carta al Sr. Rochester mas en ese momento juega a soplar una pluma en compañía de se presunta futura esposa. Jane duda, contiene sus sentimientos, entre el deseo, el dolor y, muy probablemente, los celos, y, en última instancia, expone el motivo de su inoportuna petición. Rochester responde a ello con tal prontitud que no puede evitar que la supuesta novia quede un tanto perpleja. La escena, a mi juicio, una vez más, está satisfactoriamente lograda e interpretada. Jane solicita al Sr. que precisa de sus honorarios para el viaje. Rochester, quizás intencionadamente, le da 50 libras. Jane manifiesta que es más de lo que le adeuda (30 libras) y que, por tanto, no puede aceptarlo. Le ofrece, entonces, 10 libras, porque, según él no dispone de las 30 que requiere. Jane acepta las 10 y, a continuación, manifiesta que confía que, posteriormente, le aportará el resto.

Esta curiosa y simpática escena, donde, al parecer Rochester quisiera jugar a poner a prueba la honestidad de Jane, en el fondo, es probable encierre una motivación más profunda. No cabe la menor duda acerca de que, en ese estadio de trato entre Jane y él, los sentimientos de búsqueda y presencia entre ambos eran cada vez más deseados y evidentes. ¿Quiso, pues, Rochester, mediante este juego con las libras encontrar alguna prueba que tranquilizase su temor a que no volviese? Lo cierto será que, en la despedida, Rochester manifestará que “espera que vuelva pronto”. La retención de las libras para Jane carecería de fuerza, sin duda, para su retorno, mas no así el mensaje subliminal que se encierra en la aceptación de 10 y renuncia a las 50 libras.

La secuencia que nos ofrece Fukunaga del encuentro de Jane con su tía, enferma, lúcida y presumiblemente desahuciada, no por esperada resulta menos impresionante. La distribución de los papeles desempañados, si bien consecuentes con las actitudes del período en el que Jane permaneció allí de niña, adquieren, en este trance, un carácter tan inconcebible como patético. Jane ha constatado que durante tres años han retenido, intencionada y malévolamente, una carta dirigida a ella, de los parientes de Jamaica. Reprocha tal acto a la tía, quien permanece en cama, afectada pero lúcida. La respuesta no se dejará esperar. La tía no escatimará expresiones soeces y desprecios, en un deseo último de dejar constancia de su profundo odio y envidia (Jane, para ella, era portadora de todo cuanto pudo desear y no tuvo). Jane, haciendo uso de su sentido de la nobleza, muy por encima de la réplica barriobajera, escuetamente responde: “Puedes decir lo que desees. Tienes mi perdón incondicional”. Se marcha. Retorna a la mansión de Rochester.

El Director Fukunaga nos lleva a la escena donde, inevitablemente, se dará el esclarecimiento de todo malentendido y, consecuentemente, el estallido, sincero y profuso, del amor que ambos procuraron disimular, por incertidumbre, hasta el momento en el que ninguna de las partes podía aguantar más. Aunque, entre los motivos de contención y, en lo posible, evitación de lo que acontecía en el mundo interior de ambos, había diferencias notorias.

Jane, anhelante por fundirse por primera vez en su vida -¿lo hubo en su temprana infancia con sus padres?- con el objeto profundamente amado, desconoce aún, por ausencia de manifestación expresa, cuál puede ser la respuesta por parte del Sr. Rochester. Desea, pues, y, a su vez, teme. Anhela y, al mismo tiempo, se contiene. Ambos, junto al árbol, se miran y esperan el uno del otro.

Rochester, anhela, igualmente, mas duda y se contiene. Es consciente de su parte secreta. Parte que, por incompatible, teme, de confesarla, ocasionaría la pérdida del “objeto hondamente deseado”. Jane ha venido a representar para él el verdadero y feliz descubrimiento del auténtico amor. Sus 15 años de atadura, comprometido por ley mas sin conocimiento del amor, han hecho de él un personaje solitario. Un vagabundo en busca de un amor desconocido para él. Lucha, pues, entre la sinceridad plena y el riesgo a la pérdida de Jane, o, diferir la comunicación del hecho al momento posterior al enlace sagrado, en la confianza de que la fuerza del enlace atenúe e impida la pérdida temida.

La intensidad y fuerza de un profundo amor contenido, no manifestado, acaba por imponerse. Irrumpe, estalla, rompe barreras de contención y genera un momento de estremecimiento impulsando ambos cuerpos a fundirse en un abrazo y beso de gozo indisimulado. La escena que nos ofrece el acto resulta tan emotiva como genialmente interpretada. Constituye la culminación de un proceso de enamoramiento, inicialmente apenas consciente, y, menos aún, las motivaciones que lo determinan.

En este sentido, es evidente que, a lo largo de los sucesivos encuentros, dialogantes, los aspectos físicos -guapo o fea- se han visto rebasados totalmente. Otro tanto, las diferencias sociales. El propio Rochester propone y desea que Jane esté presente, no sin la sorpresa y tímida resistencia de ésta -“no tengo vestido”- en la reunión de sus invitados.

En realidad, lo que ha contribuido y determinado hasta límites incontenibles el curso del enamoramiento profundo entre Rochester y Jane no será otro motivo que la evidenciación por parte de Rochester, fuerte y sistemáticamente impactado, del descubrimiento del mundo espiritual (moral) de Jane. La auténtica y profunda belleza de esta mujer no será otra que el conjunto de valores espirituales, a los que no sólo es fiel, sino que informa plenamente su conducta y su sincera y abierta comunicación. Rochester, pues, se enamorará, imperceptiblemente, de la belleza interna de Jane. Contempla, no sin cierta perplejidad, que es esa realidad la que pudo anhelar a ser portador de ella en su día, mas tiempo ha, quizás tras su casamiento, la perdió y ahora, insospechadamente, vuelve a encontrarla en Jane. Este hecho, mejor proceso, no escapó al psicoanálisis. Citado con frecuencia, valga, al respecto, el párrafo de Freud, año 1921, recogido en su trabajo sobre “Psicología de las masas y Análisis del yo”, donde describe:

“Lo que aquí falsea el juicio es la tendencia a la idealización. Pero este mismo hecho contribuye a orientarnos. Reconocemos, en efecto, que el objeto es tratado como el propio “yo” del sujeto y que en el enamoramiento pasa al objeto una parte considerable de libido (amor) narcisista. En algunas formas de la elección amorosa llega incluso a evidenciarse que el objeto sirve para sustituir un ideal propio y no alcanzado del “yo”. Amamos al objeto a causa de las perfecciones a las que hemos aspirado para nuestro propio “yo” y que quisiéramos ahora procurarnos por este rodeo para satisfacción de nuestro narcisismo”.

En la terminología Kleniana este proceso identificativo se conceptúa como “Identificación proyectiva”. Aspecto éste, magistralmente expuesto en “El cisne negro”, entre otros.

Volvemos al escenario de Jane Eyre. Jane contempla, ensimismada y rebosante de felicidad, el vestido de novia. El vestido, pues, con el que tendrá lugar el acto sagrado de su unión amorosa con el único objeto amado, por primera vez en su vida.

Iniciado el acto, ante el sacerdote, inesperada y bruscamente, irrumpen en la escena, denunciando el impedimento para la consumación del acto, los familiares de la mujer, legal, de Rochester. Insospechadamente, en su día, fugazmente, el hermano había visitado, presente Jane, a Rochester. Herido por causa desconocida, Rochester se deshizo de él.

El momento, por inesperado y con incidencia sobre la imposibilidad, irrevocable, del vínculo matrimonial, crea una súbita situación patética. Rochester, desesperadamente, pide al sacerdote, con insistencia, que continúe y bendiga la unión. Ante la imposibilidad, recurre, quizá esperanzado en su fantasía, a descubrir el motivo del impedimento. Quiere que todos sean testigos del “deshecho” de mujer-esposa que a lo largo de quince años ha constituido un impedimento irreversible para poder casarse conforme a sus deseos y no al que le vino impuesto por su padre. La imagen siniestra de la mujer, encarcelada por comportamiento psicótico, violento e incontrolable, impresiona profundamente a Jane. Sin embargo, pese a ello, si bien se compadece de Rochester. Su determinación, aunque desolada, sorprendido por el hecho volado y hondamente desgarrado, será la del retorno a sus valores, el recurso a su sentido de la dignidad y el respeto al vínculo, desconocido para ella pero evidente, pese al reconocimiento embarazoso de su amado.

La insistencia de Rochester, ante Jane, entre dolida y de culpabilidad justificada -amaba, amaba y bajo ningún concepto quería perderla- para que acepte una unión que no debe romperse por exigencia de la ley, no hace mella en Jane. Siente que los principios en los que se sustenta su estima y su sentido de la dignidad se verán afectados. Entre ella y Rochester hay otra persona, loca y desahuciada, sin duda, pero no por ello menos legal ante el Derecho y ante Dios.

La petición, pues, de Rochester, humillado, solícito, agarrado angustiosamente a Jane -secuencia, una vez más, impresionante- para que su amor se ponga por encima de la ley, no es aceptada por Jane, tras un gesto de contención y de dolor.

Será precisamente con este motivo, de pérdida irrecuperable de su primer y único amor, lo que determinará la huida furtiva de Jane, tal y como nos muestran las primeras escenas reseñadas al principio. Su llanto es inconsolable.

Tres nuevas e ilustrativas escenas nos esperan. Jane es notificada por el Pastor que su pariente de Jamaica ha muerto y que ella es la única heredera. Hereda 30000 libras. Jane no sólo no se siente impresionada sino que, más bien, cree puede ser un error. Reconocido el hecho, de inmediato, su primer paso, decisivo, será proponer al Pastor una distribución equitativa de la herencia -5000 libras para los hermanos- y, con ello, tratar de constituir una familia en la que ella se incorpore como una hermana más. Situación que, en principio, es aceptada.

Sin embargo, pronto el Pastor pretende ir más allá. Ha de marcharse en unas semanas a la India y aprovecha para proponer a Jane que le acompañe. Jane no tiene inconveniente... mas como hermanos. El Pastor da por hecho, al contrario, que es mejor casados y el amor ya irá apareciendo. Jane, un tanto perpleja frente al modelo de planteamiento matrimonial, tan frívolo como desafectado, será contundente en la respuesta: un planteamiento vinculante de esa naturaleza es, para ella, la muerte. Súbitamente vuelve a recordar, con fuerza, a Rochester y se aleja del Pastor. Ya no atiende su llamada.

Jane indaga, movida por su primer y único amor, acerca de la situación del Sr. Rochester. Retorna a la mansión. Queda profundamente impresionada y sorprendida: la mansión ha quedado destruida por el fuego. El incendio apenas ha dejado restos utilizables. No obstante, se aproxima y sortea las partes destruidas consiguiendo encontrarse con el ama de llaves. Es informada. El Sr. Rochester permanece allí. Su mujer, enloquecida, incendió la mansión y se suicidó.

Jane busca al Sr. Rochester. Como consecuencia del incendio, en un intento de evitar el suicidio de la mujer, quedó ciego. Le acompaña, por ello, un perro. Jane se aproxima, hondamente impresionada, aunque feliz.

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