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sábado, 17 de diciembre de 2011

JANE EYRE o la dignidad del sí mismo en defensa de su identidad.


Título original: Jane Eyre.
País y año: Reino Unido 2011.
Dirección: Cary Joji Fukunaga.
Guión: Moira Buffini; basado en la novella de Charlotte Brontë.
Reparto: Mia Wasikowska, Michael Fassbender, Jamie Bell, Judi Dench, Holliday Grainger, Sally Hawkins, Tamzin Merchant, Imogen Poots, Sophie Ward.
Música: Dario Marinelli.
Fotografía: Adriano Goldman.
Estreno en EEUU: 9 de Septiembre 2011.
Estreno en España: 2 de Diciembre 2011
No se puede decir que en el fondo todos los seres humanos son iguales y esto no es una reflexión racista pero sí “espiritualista”, “individualista” si lo que realmente configura al ser humano como tal es su espíritu, su forma de pensar, de sentir, y como consecuencia sus actos, en definitiva su Alma, entonces no podemos hablar de igualdad. Y es esta superioridad anímica, espiritual, la que se plasma en la película de Jane Eyre y que me mueve a la reflexión.
Si se contempla la trayectoria vital del personaje de Charlotte Brontë  (1847), lo que resalta a lo largo de ella es, precisamente, lo que le hace diferente de los que la rodean. Toda su persona está, en todo momento por los que atraviesa, marcada por sus cualidades anímicas. En ella está siempre presente la defensa de la autoestima, de su propio valor y de aquí surge su Firmeza.
La sucesión de hechos que ocurren en su vida desde su infancia (huérfana de padre y madre) los iré describiendo con posterioridad, pero quiero resaltar, en primer lugar, cómo cada una de las etapas de su vida, está marcada por la adversidad, por la frustración, por la humillación, cuando no por elementos traumáticos, hechos, todos ellos, que la abocan a estados depresivos que la hunden y sumergen en abismos insondables, pero de los que, cual Ave Fénix, resurge después de cada uno de ellos, con mayor fuerza, con mayor fortaleza para afrontar lo que le deparará el destino. En ningún caso deja de ser la que es, defendiendo con ahínco su dignidad y valor personal, por encima de todo, es decir, su identidad que la confiere lo más deseado por ella: la LIBERTAD.
Poniendo en línea los acontecimientos que surcan su vida, se trata de una huérfana de ambos padres, criada por una tía política dura y rechazante que la cría por obligación (su marido, el tío de Jane, se lo ha pedido antes de morir). Este es el entorno afectivo en el que crece Jane surcado por el odio, el maltrato, la humillación, tanto de la tía como del primo.
Para sobrevivir tiene que cuidar de sí misma y lo hace a través de instalar en ella unos principios férreos que a lo largo de su vida serán su verdadera guía, principios como la dignidad, la verdad, la honradez, la nobleza y la fortaleza. Nacida para morir por abandono afectivo, desarrolla el amor hacia sí misma, lo que le dota de una enorme fortaleza. Esta defensa de la dimensión más pura e irrenunciable del ser humano, la propia dignidad, el respeto hacia sí misma, es su fin vital que le dota de la posibilidad de adquirir uno de sus deseos: la libertad.
El personaje de Jane resalta y brilla, por tanto, por su extraordinaria riqueza interior.
Es enviada por su tía a un internado u orfanato, en el que vuelve a ser víctima del maltrato y la humillación. No obstante, encuentra en la Srta. Temple retazos de la figura materna anhelada que, junto a Helen (figura de hermana deseada) dulcifican su estancia en un entorno en el que se la pide resistencia, paciencia y abnegación y que sólo la aporta frío y hambre. Una vez que muere Helen a causa de la tuberculosis y que deja en ella una huella imborrable de estoicismo y, al mismo tiempo, la Srta. Temple se marcha para casarse, ya nada la retiene allí. Es entonces cuando encuentra trabajo en Thornfield como institutriz de una niña también huérfana como ella, Adèle, volviendo a encontrar en la Sra. Fairfax, el ama de llaves, una sustituta materna. Con ambas figuras siente que está en un lugar seguro, a cobijo, otro de sus anhelos: un hogar. Pero “algo” le falta.
Aparece el Sr. Rochester que, pese a su despegado y frío trato, la acaba convirtiendo en su confidente al confesarla que tal vez Adèle sea hija suya, fruto de una aventura.
Una noche escucha rasguños en su puerta y una siniestra risa. No encuentra a nadie pero ve un incendio en la habitación de Rochester y le salva la vida. Él le ruega que no diga nada. Ella percibe que hay un secreto en Thornfiled que todos tratan de ocultar. Él, al día siguiente, deja la propiedad y vuelve acompañado de amigos y de una mujer que se rumorea le atrae, la bella Blanche Ingram.
Jane se hace consciente de que está enamorada de su amo, pero también percibe que no tiene ni belleza, ni clase, ni dinero. No es digna de él, no por su SER, sino por su TENER.
Aparece aquí una extraña visita, el Sr. Mason que por la noche es mordido y apuñalado por una mujer, según su descripción. Rochester llama a un médico y hace que salga al amanecer.
El respeto que Jane siente por Rochester la impide interrogarle y él, con sus confidencias a medias, le agranda el misterio.
Un emisario de su tía acude también a Thornfield y le comunica que su tía se está muriendo de una apoplejía y que su primo (que de pequeño la maltrataba) también ha muerto. El remordimiento es lo que a la tía la ha llevado a llamarla. Le comunica que su tío quería adoptarla y que ella mintió, diciéndole que había muerto para que no heredara y verla prosperar, idea que no soportaba.
De vuelta a Thornfield, Rochester le comunica que va a casarse y Jane, presa de la frustración que le genera la noticia, le confiesa que no quiere separarse de él. Esto le lleva a Rochester a confesarle que está enamorado de ella y la propone matrimonio. Es un plan de urgencia pero Jane quiere que comprenda que no es una mujer como las que él ha tratado. Rechaza sus regalos y halagos (defiende de nuevo su dignidad) ya que quiere conservar el respeto hacia sí misma y el de él.
Noches antes de casarse, alguien entra en su cuarto y rompe su velo de novia. Jane se aterra. No sabe si es una realidad o es sólo su imaginación. El día de la boda y ante la pregunta del sacerdote de si hay algún impedimento para la unión, un abogado y el Sr. Mason declaran que Rochester se casó hace 15 años con la hermana de éste y que está viva. Rochester se ve obligado a descubrir su secreto y muestra una mujer enloquecida que trata de agredirlos. Se lo confiesa a Jane. Fue obligado por su padre y hermano a casarse con una mujer rica. Tras 4 años de tortuosa convivencia, la encerró en Thornfield y decidió marcharse a vivir su propia vida. Le confiesa también que sólo con ella ha encontrado el amor y la propone dedicarse a ella como su esposo el resto de su vida.
Jane es firme y, pese a los sentimientos que tiene hacia Rochester, de nuevo su dignidad está por encima. No puede aceptar una propuesta que se volvería contra sí misma y sus principios. Se acaba marchando y sumergiéndose, esta vez en profundidad, en la desesperación.
Vaga sin comida, sin dinero por unos terrenos desoladores y acaba llamando desfallecida a la puerta de una casa donde, el Diácono Rivers, la encuentra y decide que, junto a sus hermanas, la restablecerán.
Jane de nuevo se siente cobijada. Toda su vida es un devenir entre la orfandad y la búsqueda del hogar anhelado que nunca tuvo.
Rivers la ayuda de nuevo a encontrar un trabajo como maestra. Él acaba por saber el auténtico nombre y apellido de Jane (que lo había encubierto) y le revela la existencia de una carta de su tío que la ha dejado toda su fortuna. Ella reparte su dinero a partes iguales con quienes la han acogido (aquí se muestra su agradecimiento y nobleza) y a quienes ella vive como hermanos.
De nuevo vuelve la tranquilidad a su vida hasta la propuesta del párroco de que se case con él. Jane vuelve a ser fiel a sí misma y rechaza su propuesta; no le quiere como esposo, sólo como hermano. Nuevamente se ve abocada a irse de allí y decide volver a Thornfield. Sólo encuentra ruinas. La mujer loca la ha quemado y se ha suicidado. Rochester ha quedado ciego. Ella se queda con él, coherente con sus sentimientos profundos, que siguen vivos y seguirán vivos.
Si la tarea psicoanalítica supone la construcción desde la Hª expresa y manifiesta, de otra hª desconocida y reveladora para el otro, esto es lo que he tratado de ir introduciendo en el guión de la película que ahora sintetizo y centro en los cuatro puntos esenciales sobre los que gira, a mi entender:
- La defensa del Yo-Puro (siguiendo a William James  y Henry Kohut, psicoanalistas centrados en este concepto). Para ellos, también llamado “el pensador”, consciente en todo momento del mi y que siempre es permanente e idéntico a sí mismo; el alma, el yo trascendental, el espíritu. Aclarando un poco más este concepto, ellos lo definen como las funciones conscientes del Yo, que sólo se conoce por sus actos, siendo el conjunto de nuestras acciones en diferentes escenarios, lo que forma y mantiene nuestra identidad, hacia dentro y hacia fuera.
- La búsqueda del hogar anhelado y nunca tenido, que para Jane es una constante en la búsqueda de este refugio.
- La fortaleza que muestra tolerando depresivamente las frustraciones y decepciones que va sufriendo, resurgiendo de cada una de ellas, cual Ave Fénix, aún más fuerte, sin perder su dignidad ni la nobleza espiritual que la caracteriza.
- La tenacidad, al ser fiel a sus sentimientos de amor que sobreviven a los obstáculos externos y monstruos internos que acechan su alma.
Jane, es pues, un personaje extraordinario, diferente, como decía al inicio de esta reflexión, al común de los mortales y que, por consiguiente, lleva a la idea de que, los seres humanos, en el fondo, en lo profundo, no somos iguales.
Quiero por último añadir, que esta obra de Charlotte Brontë se tituló en un principio “Jane Eyre, una autobiografía” y ello, quizá, porque hay sucesos coincidentes con la vida de la autora como es la estancia en un orfanato duro y vejatorio, en el que ella y sus hermanas enferman de tuberculosis y también una de ella, Emile, muere.
La autora se casó con un diácono y murió muy joven, con 38 años.

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